EL SILENCIO INTERNO Autor: Carlos Castaneda
El quinto tema que es la culminación de los otros cuatro, y que los chamanes del México antiguo buscaban con toda avidez, es el silencio interno. Don Juan definía el silencio interno como un estado natural de la percepción humana en el que los pensamientos se bloquean, y en el que todas las facultades del hombre funcionan desde un nivel de conciencia que no requiere el funcionamiento de nuestro sistema cognoscitivo cotidiano. Don Juan asociaba al silencio interno con la oscuridad, debido a que la percepción humana cae en algo que se asemeja a un hoyo negro, cuando se la despoja de su compañero habitual, el diálogo interno, que es una versión silenciosa del proceso cognoscitivo. El cuerpo funciona como siempre, pero la conciencia se agudiza. Se toman decisiones instantáneamente, y éstas parecen surgir de un tipo de conocimiento especial en el que los pensamientos no se verbalizan. Los chamanes del México antiguo, quienes descubrieron y utilizaron los pases mágicos que son el núcleo de la Tensegridad, creían que la percepción humana es capaz de alcanzar niveles indescriptibles cuando funciona bajo la condición del silencio interno. Incluso aseguraban que algunos de esos niveles de percepción pertenecen a otros mundos, los cuales, creían, coexisten con el nuestro; mundos que son tan inclusivos como aquel en que vivimos; mundos en los que podemos vivir o morir, pero que son inexplicables en términos de los paradigmas lineales que el estado habitual de la percepción humana emplea para explicar el universo. De acuerdo con el entendimiento de los chamanes del linaje de don Juan, el silencio interno es la matriz necesaria para dar un gigantesco paso evolutivo; los chamanes del México antiguo llamaban a este gigantesco paso evolutivo el conocimiento silencioso. El conocimiento silencioso es un estado de la conciencia humana donde el conocimiento ocurre automática e instantáneamente. En este estado, el conocimiento no es producto de cogitaciones cerebrales o inducciones y deducciones lógicas, o de generalizaciones basadas en similitudes o diferencias. En el conocimiento silencioso no hay nada a priori, nada que pueda constituir un cuerpo de conocimiento. En el conocimiento silencioso todo ocurre eminentemente ahora. Piezas complejas de información pueden captarse sin ningún preámbulo. Don Juan creía que el hombre primitivo tuvo indicaciones del conocimiento silencioso, pero que realmente no lo poseía. Dijo que estas indicaciones eran infinitamente más poderosas que lo que el hombre de hoy en día experimenta, donde la masa del conocimiento es el producto del aprendizaje. Creía que, aunque hemos perdido nuestra capacidad de captar estas indicaciones, la avenida que conduce hacia el conocimiento silencioso estará siempre abierta para el hombre, y esta avenida surge de la matriz del silencio interno. Alcanzar el silencio interno es el prerrequisito para todas las cosas que hemos delineado en esta elucidación.
Don Juan nos enseñó que el silencio interno debe obtenerse por medio de la firme presión de la disciplina. Dijo que el silencio interno tiene que acumularse o guardarse, poco a poco, segundo a segundo. En otras palabras, uno tiene que forzarse a estar callado, aunque sea sólo por unos segundos. Don Juan aseguraba que si uno es persistente, la perseverancia vence el hábito, y de esta manera, se llega a un umbral de segundos o minutos acumulados, un umbral que varía de persona a persona. Por ejemplo, si para un individuo dado, el umbral del silencio interno es de diez minutos, una vez que llega a este límite, el silencio interno ocurre por sí mismo, espontáneamente, por así decirlo. No hay manera posible de saber cuál es nuestro umbral individual. La única manera de saberlo es practicándolo. Esto es, por ejemplo, lo que me ocurrió a mí. Siguiendo la sugerencia de don Juan insistí en forzarme a mantenerme callado y, un día, mientras caminaba en la universidad de California, desde el departamento de antropología hacia la cafetería, alcancé mi umbral misterioso. Supe que lo había alcanzado porque, en un instante, experimenté algo que don Juan me había descrito extensamente; lo llamaba parar el mundo. En un instante, el mundo dejó de ser lo que era, y, por primera vez en mi vida, fui consciente de que estaba viendo energía tal y como fluye en el universo. Tuve que sentarme en unos escalones de ladrillo, pero supe que lo hacía sólo a nivel intelectual, a través de mi memoria. Experimentalmente, estaba sentado en energía. Yo mismo era energía, al igual que todo lo que me rodeaba. Me di cuenta entonces, de algo que me aterrorizó, algo que nadie podía explicarme excepto don Juan; tuve conciencia de que, aunque estaba viendo energía tal y como fluye en el universo por primera vez en mi vida, había estado viendo energía tal y como fluye en el universo durante toda mi vida, pero no me había dado cuenta de ello. La novedad no fue ver energía tal y como fluye en el universo. La novedad fue la pregunta que surgió, con tal furia, a raíz de esto, que me hizo regresar al mundo cotidiano. ¿Qué es lo que me ha impedido darme cuenta de que he estado viendo energía tal y como fluye en el universo toda mi vida? me pregunté a mí mismo. Don Juan me lo explicó haciendo una distinción entre nuestra conciencia general y el estar deliberadamente consciente de algo. Dijo que nuestra condición humana es poseer esta conciencia profunda, pero que todos los ejemplos de esta conciencia profunda no se encuentran al nivel en que podamos estar con toda deliberación conscientes de ellos. Dijo que, cumpliendo con su función, el silencio interno había cubierto este intervalo y me había permitido darme cuenta de cosas de las que, solamente, había estado consciente en un sentido general.
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