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Foto del escritorJoslid Salazar Prema Sai

Psicología y moral de los pitagóricos (Filosofía)

1º El alma humana, que es una emanación del alma universal, según la teoría de la escuela de Pitágoras, no es engendrada ni producida con el cuerpo, sino que viene de fuera, puede vivificar sucesivamente diferentes cuerpos, y existir también en las regiones etéreas por algún tiempo sin estar unida a ningún cuerpo humano o animal, pues es sabido que los pitagóricos admitían la metempsícosis. Esta teoría, a pesar de lo extraño y anticientífico de su forma, encierra y lleva en su seno dos grandes ideas: la idea de la inmortalidad del alma humana, y la idea de las penas y recompensas después de la muerte.

Por otra parte, es muy posible que para la escuela pitagórica, o al menos para algunos de sus representantes, no haya sido más que la forma exotérica y como el símbolo de una concepción psicológico-moral, a saber: que gran parte de los hombres, en vez de elevarse a las regiones superiores, inteligibles y divinas por medio del ejercicio de la razón, de la voluntad libre y de la práctica de las virtudes, desciende a las regiones inferiores, sensibles y animales, merced al abuso de su libertad, y, arrastrados por sus vicios y pasiones, haciéndose semejantes a ciertos animales, y revistiendo, por decirlo así, la naturaleza de éstos, en relación con los vicios y pasiones predominantes. En este concepto, el alma del hombre que se distingue por su rapacidad, es un alma de lobo; de un hombre notable por sus instintos y actos de crueldad, decimos que es un tigre, y así de las cualidades, vicios y pasiones que llevan consigo la degeneración del hombre como ser inteligente y libre, y su asimilación moral con los animales.

2º Es bastante probable que los pitagóricos distinguían en el alma humana dos partes: una superior, perteneciente al orden inteligible, origen y asiento de la inteligencia y de la voluntad; otra inferior, perteneciente al orden sensible, origen y razón de los sentidos y pasiones. La primera, o sea la parte racional del alma, tiene su asiento en la cabeza; la inferior reside en determinadas vísceras, pero principalmente en el corazón, al que atribuían las manifestaciones del apetito irascible, y en el hígado, en donde colocaban las pasiones de la parte concupiscible.

3º Según el testimonio de Aristóteles, los pitagóricos definían el alma: un número que se mueve a sí mismo. Es probable que con esta definición querían significar que el alma humana es una esencia simple que tiene en sí misma el principio de sus actos, o sea una unidad dotada de actividad espontánea.

4º En relación con sus constantes preocupaciones y aficiones matemáticas, los pitagóricos solían decir que la virtud es una armonía que debe conservarse por medio de la música y la gimnástica. La justicia es un número perfectamente igual, o un número cuadrado, según la versión de otros. En el orden político-social, el hombre es la mónada o la unidad, la familia es la dyada, la triada se halla representada por la aldea, y a la tétrada corresponde la ciudad. Sin embargo, a través de estas fórmulas más o menos oscuras, parece muy cierto que la escuela pitagórica profesó máximas morales bastante dignas y elevadas, enseñando, entre otras cosas, que el bien consiste en la unidad y armonía de las operaciones del hombre, y el mal en la falta de esta unidad; que el fin de la vida es la asimilación con Dios por medio de la virtud; que el suicidio es esencialmente malo; que el hombre debe examinar con frecuencia sus acciones, y que no debe entregarse al sueño {37}, sin haber examinado sus actos durante el día.

Jámblico atribuye también a Pitágoras la sentencia de que el amor de la verdad y el celo del bien son el beneficio mayor que Dios ha podido conceder al hombre; pero es muy posible que este bello pensamiento, más bien que a Pitágoras, sea debido a la atmósfera cristiana que rodeaba al discípulo que lo pone en su boca.

Parece, sin embargo, que ni Pitágoras ni sus discípulos debieron tener ideas muy exactas y racionales acerca de la libertad humana, puesto que, si nos atenemos a los monumentos pitagóricos más o menos auténticos, y principalmente el contenido de los Versos áureos, debemos atribuir al hado inexorable, no ya sólo la muerte "omnibus mortem fatu statutam cognosce" (saber que la muerte está designada por el destino para todos), sino los demás acontecimientos de la vida: "ex calamitatibus quas mortales fato patiuntur" (de las calamidades que los mortales sufren por el destino.).

Autor: Zeferino González (1831-1894) Historia de la Filosofía (2ª ed.) 1886, tomo 1, páginas 143-146





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